martes, 11 de octubre de 2011

ENSAYO DEL CUENTO "EL GRILLO". MODELO PARA TRABAJO FINAL


Tema: Las estructuras morfológicas como recurso descriptivo en el cuento “El Grillo” del autor costarricense Carlos Salazar Herrera.

Realizado por: Profesor Alexander Solano Hernández.

Universidad Autónoma de Centroamérica.

Curso: Gramática II, Filología.

III Cuatrimestre, 2011.

“La construcción de los ambientes y los personajes que se desprende de su obra, permite relacionarlo con otros autores tales como Juan Rulfo y Horacio Quiroga, por citar dos ejemplos de clásicos latinoamericanos.” (Alvarado, 2009, p.118)

En el cuento “El grillo”, el autor Carlos Salazar Herrera, vuelve a retratar al costarricense de la periferia: Un indio, que vive solo en la bahía, pues su mujer ha muerto dando a luz y tal como lo hace, magistralmente, en su otro relato “La sequía”, hay una fusión entre personaje y ambiente, por lo que la soledad del indio se describe desesperada en los detalles de su rancho. En la literatura costarricense, el indio es un personaje solitario, aislado y poco comunicativo.

Su estilo de cuento es breve y conciso, y sigue “dos principios básicos del género: la tensión y la intensidad, es decir, la suspensión del desenlace y el final sorpresivo o efectista.” (Rojas y Ovares, 1995, p.123). Aunque los cuentos de Carlos Salazar Herrera, se desarrollan alrededor de los conflictos en las relaciones humanas, aquí hay un único personaje, cuyo conflicto es consigo mismo, pero a la vez, interacciona con su espacio y la naturaleza.

El narrador omnisciente, relaciona el estado interior afectiva del único personaje y protagonista, con el vacío del espacio físico y geográfico. “Esta solidaridad o compenetración anímica del paisaje, frecuentemente se encuentra en las páginas de Salazar” (Camacho, 1982, p. 55). La fuerza descriptiva del binomio personaje – ambiente, se expresa en la construcción de los grupos nominales. Hay una intrínseca relación ambivalente entre los elementos abstractos y concretos: Soledad – rancho. Recuerdos – grillo. Él se llama José, tal como el indio en el cuento de García Monge, que muere de soledad. No obstante, ambos, rancho y grillo, no poseen nombre propio. Son tan impersonales como las olas del playón de la bahía, los jícaros, los tamarindos. Tan enemigos de su vida, como las grandes crecientes de marzo, cuyo oleaje llegaba a empellones hasta los cimientos del rancho.

No obstante, el predominio del uso del artículo definido, indica que los elementos del referente se relacionan con el personaje. Le son conocidos y son una expresión de su alma. Su descripción, es a la vez, la de su visión interna. Para ello, se usan los adjetivos calificativos especificativos de los nombres comunes que evocan los elementos del paisaje. Por ejemplo: “lugar solitario”; “ancho playón”; “- Ese bandido grillo…”.  . También se emplea el adjetivo como atributo en la construcción copulativa: “-¡Este rancho es una desgracia!”. El uso constante del adjetivo calificativo determinante, logra, lo que Camacho denomina el impresionismo literario: “La visión pictórica de Salazar transciende a nuevas posibilidades artísticas: nos lleva al campo de lo que se ha llamado impresionismo literario.” (Camacho, p. 90).  Para destacar el nexo emocional en el nudo del conflicto, el grado de intensidad del adjetivo expresa una comparación de superioridad: “…a quien quería más que mucho…”.  

En la descripción solo hay una símil: “…igual que un mono”. La prosopopeya y la metáfora, combinadas en un lenguaje poético, crean imágenes mentales: “El mar había bajado tanto, que apenas se le oía rasgar sus listones blancos.” Mediante el uso de adjetivos determinativos numerales,  esta imagen puede ser hiperbólica: “Escudriñó con mil ojos”, o también específica: “Se tocó una oreja para oír mejor”.

Otro rasgo interesante en la descripción, es el efecto que logra la antítesis, al oponer la significación de dos sustantivos o formas verbales: oleaje llegaba – rancho inmóvil; chillido – silencio; quejidos y lágrimas – tranquila; apagó y encendió; linterna – sombras. Al final, la antítesis se resuelve, con el triunfo del indio, el cual se expresa con el triunfo de la luz.

El autor construye la prosopopeya mediante la sustantivación de los adjetivos con el uso del artículo neutro. Por ejemplo, cuando el narrador sugiere la invasión de la soledad en el rancho: “El indio José vivía desde entonces la espantosa soledad de su rancho, amargado por los recuerdos y desvelado por las amarguras; pero en aquel momento, lo grave, lo importante, lo inadmisible, era que un grillo se había apoderado de su vivienda.”. La personificación de las emociones, humaniza los nombres abstractos: El rancho estaba poseído por la soledad.

El rancho se relaciona con la vida del indio, la cual se tambalea y sufre la desgracia. Se construye; se estremecía; se tostaba inmóvil, tal como su vida, que estaba a merced de la naturaleza. El género del sustantivo “rancho”, evoca además su masculinidad, tal como una especie de jerarquía patriarcal. No solo era una habitación, también tenía vida propia y era su enemigo. De alguna manera, para el indio, el rancho era el culpable: “Ya le echaba las culpas al rancho”. La única manera de escapar, era destruirlo. La expresión “-¡Este rancho no me quiere!”, aparece dos veces. El énfasis comunica una convicción de desolación en la psiquis del personaje. Los adverbios de negación, no y nada, son usados en momentos de desesperación. El rechazo por parte del rancho, es una expresión infantil de impotencia, que repite casi llorando. El rancho es el cosmos y es superior a él.

El grillo, elemento que ya se anuncia en el título, también es personificado, pero menos descrito que el rancho. Si el rancho es el ámbito, el grillo es el hastío del recuerdo. ¿Dónde sonaba el grillo? Tal vez dentro del él, pues simboliza la amargura que no lo deja dormir: “-Tampoco voy a poder dormir esta noche!... ¡Ese grillo m´está volviendo loco!” El silencio del grillo es la quietud que le permite al indio tener la paz: “El grillo guardó silencio y el hombre se fue a acostar.”  Los epítetos describen en forma puntual el chillido del grillo, en imágenes sonoras y desesperantes: “Agudo. Obstinado. Intermitente.”. El grillo y el rancho eran culpables de su insomnio, pero luego reconoce que “el verdadero motivo de sus angustias” es su soledad; la falta de interacción humana. Las tristezas de su recuerdo, que personificadas en el grillo, han invadido su rancho, su universo y tienen que morir.

El estilo de párrafos narrativos breves, combina grupos nominales y verbales, para crear enunciados simples y breves, pero sin perder el efecto dinámico de una secuencia de acciones: “Quitó la botella. Escudriñó con mil ojos. Removió el polvo. Arañó con los dedos la tierra.”

En cuanto al manejo del tiempo, en el estilo de Carlos Salazar Herrera, “la narración no es lineal, continua: se salta repentinamente del presente al pasado o viceversa…” (Camacho, 1982, p.68), y hay evocaciones para contextualizar. La acción es dinámica y para ello utiliza mayormente grupos verbales con núcleos simples en enunciados afirmativos que suele yuxtaponer y coordinar en forma copulativa: “Se arrolló un paño al pescuezo y dio varias vueltas fuera del rancho.”; “Se detuvo, volvió a mirar hacia atrás y contempló un momento el rancho ardiendo.”. En menor medida se usa el tiempo verbal compuesto: “El indio José había conseguido un lugar solitario…”

La descripción minuciosa y cotidiana en el cuento, refleja el realismo con el que el autor quiere narrar los acontecimientos en el cuento. Estructuralmente describe las acciones con el uso del modo indicativo y el predominio de los verbos simples del pretérito imperfecto, que expresan la descripción breve y dinámica de la acción. Solo las acciones que tienen una importancia particular en el tiempo, utilizan el pretérito simple, con un propósito concreto y puntual: “Se tocó una oreja para oír mejor”. También es propio del realismo, el registro popular del personaje, quien se apropia de la palabra en el estilo directo: “-¡Cho!”; “-Allí l´oigo!”.

Para crear un efecto progresivo de la acción, utiliza la construcción perifrástica con gerundio: “Lento, manso, deteniendo el resuello,  fue acercándose hacia el rincón  de donde salía el chillido”. “¡Ese grillo m´está volviendo loco!”,  o bien adjetiva: “… y contempló un momento  el rancho ardiendo.”.

No existe una solo construcción verbal en condicional, como si todo lo que sucede es concreto. De igual manera solo una vez se hace uso del subjuntivo, en un anhelo de lo que se desea, pero no es: “-¡Si al menos tuviera con quien hablar!”. Tampoco existe el tiempo verbal futuro, pues el autor nos deja a los lectores la misión de encontrar un desenlace al relato. Camacho, justifica esta omisión de los detalles objetivos, por el subjetivismo de la época y la sugerencia: “Mediante la sugerencia final comprendemos que el indio ha incendiado el rancho, cuya soledad y recuerdos le atormentaban… Además, al subjetivismo reinante de la época le interesa muy poco la concreción de los detalles objetivos.” (Camacho, 1982, p.78). También señalan Rojas y Ovares: “En los cuentos de Salazar Herrera la nación deja de ser referente exterior del texto literario y se convierte en literatura. Por este cambio, exige de su lector un trabajo específico, más participativo, más activo, construye, en otras palabras, un lector nacional.” (Rojas y Ovares, 1998).

El indio José, es un personaje en evolución. Lo encontramos derrotado al inicio del cuento; lamentando su pérdida. Luego, reflexiona, en una búsqueda interior: “De nuevo encendió la linterna”. Al final, en una alquimia, el hombre triste del rancho, es un hombre iluminado. Desde una interpretación semántica, el indio es el hombre que se sobrepone a la tragedia y a través del fuego, como elemento purificador, es capaz de dejar de lado el pasado, para triunfar sobre la adversidad: “Su cara se iluminó dos veces. Primero con el resplandor de las llamas… y después con una extraña sonrisa de triunfo.” El camino del indio, es el camino de todos. Por ello sus pasos dejan eslabones en la playa; para que lo sigamos. No es que haya olvidado, pues mira atrás y contempla el rancho ardiendo; sino que ha triunfado y sonríe; así que el triunfo del indio es el triunfo de todos.













Bibliografía:

Alvarado Vega, Óscar. Literatura e identidad costarricense. EUNED. San José, Costa Rica. 2010.

Camacho, Jorge Andrés. El estilo en los cuentos de Salazar Herrera. EDUCA. San José, C.R. 1982.

García, Ethel. Compiladora. Fronteras. EUCR. San José, C.R. 1998.

Rojas, Margarita y Ovares, Flora. 100 años de literatura costarricense. FARBEL NORMA. San José, C.R. 1995.

Salazar Herrera, Carlos. Cuentos de Angustias y Paisajes. Editorial EL BONGO. San José. Costa Rica.

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